Somos más fuertes

"No fuimos ni somos víctimas. Somos personas bajo la misma circunstancia adversa. Y tanto juntos como separados, somos más fuertes que el bullying".

La historia vivida por la Señorita Despeinada

Que llegue un alumno nuevo al colegio siempre ha sido emocionante, y aún más, si va a ir a
tu clase, o eso creía yo hasta que ese alumno nuevo llegó a la mía.
Cuando cursaba 6º de primaria, tuvimos la suerte de ser los anfitriones de una nueva alumna
a la que vamos a llamar “María”. Era una chica un año mayor que nosotros pero, como acababa de
llegar al país y no conocía bien el idioma, la pusieron en nuestra clase.
Al principio, cual juguete nuevo, todos querían acercarse a ella. Todos querían conocerla,
todos querían charlar con ella, todos querían pasar los recreos a su lado. Todos menos yo, que
siempre fui una niña muy tímida y eso de conocer gente nueva me daba un poco de miedo. Pero esa
efervescencia inicial, como toda euforia a esas edades, acabó por desaparecer y, ese juguete nuevo
que tanto había llamado la atención de mis compañeros ce clase, acabó por parecerse a todos los
demás y lo dejaron tirado en cualquier rincón, sólo a veces ibas a por él para jugar. Y fue en ese
momento, en ese preciso instante en que todos mis compañeros de clase volvieron a la normalidad,
cuando decidí que ya era hora de acercarme a “María” y presentarme. En uno de los recreos, me
armé de valor y me acerqué a ella. Con un manto de vergüenza cubriéndome, me presenté, y ella
hizo lo mismo. Enseguida me dí cuenta de que “María” también era una chica muy tímida y, no sé
si fue por la timidez que nos unía o, porqué el resto de mis compañeros apenas le hacía caso, que
nos convertimos en buenas amigas y, aún sin conocer demasiado bien el idioma, conseguíamos
entendernos.
Pasaron los meses, y “María” dejó de ser la chica nueva de clase para ser una más. El idioma
dejó de ser una barrera, lo que no sabía expresar con su voz, lo expresaba de otras mil formas
distintas. Poco a poco, se había hecho un hueco en el grupo de niñas de clase. Con los niños era un
poco más complicado, ya sabéis que a esa edad, eso de que las niñas no quieran saber nada de los
niños y viceversa es el plato de cada día, así que las niñas íbamos por un lado y, los niños, por otro.
Todo parecía ir bien, hasta que, un día, llegó una nueva chica al colegio y, por esas casualidades tan
curiosas que hay en el mundo, la chica fue el mismo curso pero a distinta clase. A esta nueva
alumna vamos a llamarla “Paris”. ¿Por qué? Pues porqué era el más grande estereotipo jamás
encontrado de niña pija y guapa. Sin quererlo y sin darse cuenta, “Paris” se convirtió en el
desencadenante de todo.
A esas edades, como ya sabemos, las hormonas empiezan a organizarse para volvernos
locos, van montando su propia revolución en nuestro interior sin pedirnos permiso y ponen nuestras
vidas patas arriba, y mis compañeros de mi clase, no fueron la excepción. La llegada de una nueva
niña al colegio que superaba todos los cánones de belleza habidos y por haber, fue su detonante.
Evidentemente, “Paris” dejó a todos los chicos de mi clase deslumbrados y, a todas las
chicas, muertas de envidia y, esto que a nuestras edades nos parece una tontería, cuando teníamos
11 años y las hormonas a mil revoluciones , fue un gran problema.
“Paris”, casualmente, el mundo en esa época era muy de poner casualidades en nuestras
vidas, venía de un país vecino al de “María”, cosa que les hizo creer a los chicos que tenían el
derecho a poder compararlas y, como todos sabemos, las comparaciones son odiosas y, a esas
edades, hasta peligrosas.
Como era de esperar, las principales comparaciones que hacían los chicos se basaban en el
aspecto físico de ambas. “Paris” nos ganaba a todas por goleada, pero fue “María” la que se
convirtió en el blanco de esas comparaciones y en el centro de las críticas de algunas chicas sólo por
compartir con “Paris” el título de “chica nueva” y por sus orígenes en países vecinos. Y, como ya he
dicho antes, las comparaciones son odiosas pero, ojalá, en ese momento, todo eso se hubiera
quedado sólo en comparaciones. Pero no. De las comparaciones se pasó a las burlas y, de las burlas
a los insultos. Y poco a poco, todas las niñas que decían ser amigas de “María” se fueron separando
de ella, cada vez se alejaban más y más para no ser salpicadas por todas las barbaridades que mis
compañeros de clase soltaban por sus bocazas. El miedo de verse afectadas por todas las cosas que
se decían de “María” y el temor a quedarse solas, las empujó a alejarse de ella, a dejar de ir con ella,
a dejar de hablar con ella, a hacer como si no estuviese, a llegar a tal punto que aquellas que dijeron
ser sus amigas se convirtieron en sus verdugos, aumentando, así, la cantidad de niños y niñas que se
propusieron complicar las cosas a “María”.
Muchas veces hemos oído eso de que los amigos de verdad son aquellos que te acompañan
en los buenos momentos y, se quedan contigo en los difíciles, lo hemos oído miles de veces pero no
nos lo hemos creído hasta que nos ha pasado a nosotros y, fue muy triste ver que de todas las que
decían ser sus amigas, sólo yo me quedé a su lado, y ese fue el motivo por el que me convertí en
una nueva diana para todos esos tiradores.
Cuando tienes 11 o 12 años, y en tu cuerpo se está armando la revolución del siglo, es
normal que estés desorientado, que tengas la sensación de perder el control, pero no es excusa para
comportarte como un tremendo gilipollas. Y, según pude comprobar por mi misma, mis compañeros
de clase eso de no ser un completo estúpido/a no lo tenían muy claro, y sacaron matrícula de honor
en esa asignatura. De repente, una clase cualquiera, de un colegio cualquiera, se convirtió en una
caza de brujas y, nosotras éramos las principales apestadas. En ese momento, éramos 24 contra 2,
un partido un tanto desequilibrado.
En un momento, vi como todos esos ataques verbales, que habían estado lanzando a
“María”, empezaban a alcanzarme a mí. Comentarios desagradables, risas, burlas e insultos nos
acompañaban cada día, durante todas las horas de clase, recreos incluidos, pack completo.
Al principio, intentábamos hacer oídos sordos, pero la cosa se les fue de las manos cuando
cruzaron la línea roja y, esas palabras que habíamos ignorado, se convirtieron en ciertas agresiones
físicas. Ignorar las palabras era una dura tarea, pero, a veces, lo conseguíamos; esquivar los ataques
físicos fue una tare casi imposible. Al principio eran empujones “inocentes” por los pasillos, un
chocar con los brazos mientras vas andando por los pasillos, pero llegaron a convertirse en
pelotazos durante los recreos y las clases de educación física, justo cuando el profesor no miraba o
se ausentaba unos minutos. Y fueron esos pelotazos los que, al fin, hicieron reaccionar a los
profesores y, aunque la solución que propusieron fue insuficiente, los ataques físicos cesaron., pero
los verbales seguían allí, llegando, incluso, a convertirse en amenazas.
Todo esto duró la estupenda cantidad de 3 cursos. Tres cursos yendo a clase pensando en lo
que nos dirían ese día. Tres cursos de llegar a casa llorando. Tres cursos de decirles a nuestros
padres que no pasaba nada, que eran tonterías. Tres cursos en los que nuestros padres no se creyeron
que no pasara nada e intentaban solucionarlo, pero como siempre, la respuesta de algunos docentes
era “bah, son cosas de niños”. Tres cursos de sentirse impotente por no poder terminar con esa
situación. Tres cursos en que la ansiedad se apoderaba de nosotras. Tres cursos en los que tuvimos
que aguantar toda la palabrería de unos adolescentes aburridos que no tenían nada mejor que hacer
que meterse en la vida de los demás. Y, aunque algunos profesores intentaron mediar y, se consiguió
que la cantidad de chicos y chicas que se creía con el poder de meterse con los demás disminuyó, el
acoso escolar no terminó hasta que “María” y yo pudimos cambiarnos de colegio. “María” se fue a
vivir a otra ciudad, pero yo me quedé en la misma. Y, sinceramente, en el momento en que salimos
de allí, por primera vez en mucho tiempo, pude respirar sin que mis pulmones sintieran el dolor de
la ansiedad.
De todo esto ya han pasado muchos años y, a veces, echo la vista atrás y me pregunto qué
habrá sido de todas esas personas que, en su día, se creyeron mejores que nadie, y con el derecho a
controlar la vida de los demás. Me pregunto si ellos también echan la vista atrás y se arrepienten de
aquello o, simplemente, lo han olvidado. Y me doy cuenta que, cada vez que pienso en ellos, sólo
puedo sentir pena, y no por mi, ni por “María”, sino por ellos, por esos chicos y chicas que habían
tenido que recurrir al acoso escolar para sentirse más fuertes y mejores que los demás, por tener
unas vidas tan tristes que sólo conseguían llenar con el sufrimiento de los demás. Y, os parecerá
raro, pero yo los he personado por lo que nos hicieron, porqué eso me hizo más fuerte, porqué
nuestra historia puede ayudar a muchos chicos y chicas que se encuentren en una situación parecida,
porque´yo puedo ayudarles, porqué podemos pararlo.
Y desde la oportunidad que nos da este blog, sólo quiero decirles a todas aquellas personas
que están siendo víctimas del acoso escolar y, que su día a día es mucho más duro de lo que la gente
se cree que todo se va a solucionar, que vais a salir de ésta, porqué sois fuertes y no vais a dejar que
nadie se meta en vuestras vidas. No os calléis, no tengáis miedo a pedir ayuda. Contadle a aquellos
que os quieren todo lo que os está pasando, que no os asuste pedir ayuda, hacerlo no os convierte en
cobardes, los cobardes son los que necesitan ver sufrir a los demás para sentirse fuertes. No dejéis
que ellos dicten vuestras vidas. Vosotros sois los dueños de vuestras vidas, no ellos. Pedid ayuda,
contad lo que os pasa, porqué no estáis solos, vosotros sois los valientes. Vosotros sois los
verdaderos héroes.
 
Autor/a del relato:
La Señorita Despeinada

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